Es temprano aún, la gente empieza a entrar en la sala de proyecciones, se siente un aroma nuevo, como si la película tuviera ese aroma. Poco a poco la sala se va llenando de espectadores. Uno de ellos lleva un cigarro que no enciende, pero que está ahí, como un testigo de lo que ocurre. El aliento de las personas deja ver el traslucir de algo que parece ser una neblina. Las gradas de la entrada, los libros que están arriba en la biblioteca y la gente que entra se mezclan. La proyección del film tarda un poco, algunos empiezan a impacientarse, hacen cara de querer salir, de querer irse y, de pronto, se nota una luz.
En esta ocasión la película es el "Pequeño salvaje" de Françoise Truffaut, pero antes se da un corto interesante. Es sobre un bosque de piedras en Cerro de Pasco que, además, ha ganado un premio a nivel nacional "Los gigantes, Alcibiades y el Bosque de Piedras", del director Miguel de la Barra Goméz, que trata de como Alcibiades, su cuidante, empezó a ser el amigo de este lugar enigmático. La gente observa admirada la cinta, todos están concentrados en el cuidante del bosque y en las gigantescas piedras; aparecen figuras de elefantes, de condores, de personas que alguna vez pasaron por esos lares.
Unas chicas observan todo desde un lugar poco visible, algo oculto, detrás de todos, sonriendo, mientras que Beto, así le dicen todos a Cesar Alberto, observa el panel en el que se refleja la película. Beto es uno de los organizadores de las proyecciones de los films, es un amante del cine y también de las mujeres bonitas. Siempre está sonriendo, o casí siempre, a veces puede que este molesto, a pesar de sonreír. Él inicia la cinta con algunas recomendaciones, en ocasiones las cambia, en momentos todo cambia en este lugar, y es que, por un instante, es como estar en medio de la aventura, pasándola bien o mal. Sientes a los gigantes de piedras y luego observas al pequeño Salvaje.
Muchas personas van continuamente al cine del Puklla, puede que se por su afán de observar y analizar las cosas. En muchas ocasiones ellos, luego de las proyecciones, hacen comentarios sobre la película, lo bueno, lo malo de ella, lo extraordinario, también. Por lo común siempre conversan de uno que otro tema, de música, de deportes, de la filosofía del amor; aunque, en esta oportunidad hablan, con intensidad, de las películas que han visto.
Al ver la sala casi llena, se nota que algo imperceptible al principio, y luego extraordinario, pasa, se advierte la confluencia de muchas experiencias, cada persona ve la cinta de una forma peculiar, unos están atentos, absortos, otros hacen un gesto de molestia, los más críticos, alguien un tanto distraido ve la cinta un momento y luego empieza a ver otros lugares, un recuerdo, una idea, la experiencia personal se mezcla con otras experiencias, en medio del film. Truffaut quiere decirnos algo, y lo dice, insistentemente, puede que sin quererlo nosotros cambiemos sus palabras, sus imagenes e incluso sus motivos en medio de la película, y de que su rostro se haga, con el tiempo, parte de un recuerdo, de uno interesante.
Luego de la función la gente sale del cine, saboreando aún el café que se ha servido en medio de la plática de las películas, y es que se sirve un café caliente y muy rico, no se piense en una discusión acalorada o eufórica ni mucho menos. Unos turistas sonríen agradecidos, pero un señor se queda un momento más, es el que llevaba el cigarrillo, otros dejan solitaria la sala de proyecciones. Al final se encuentra la puerta, y, tras ella, la calle Awaqpinta y un largo, ahora, corto camino que recorrer. Los gigantes están descansando.