La luz de la mañana cae por sobre mi hombro, mientras él permanece tranquilo, estamos en la sala y de pronto le escucho decir un poema.
Es aquello el Oriente
Rosa roja
Rosa solamente amada
Que inaudito es amar
Sobre todo la frente pálida
y el ceño de ella cuando lo frunce
Por eso...
Es como una rosa el Oriente
Como una lágrima de sal
Que cae desde la montaña.
Tú la quieres, le pregunto, pero él se queda en silencio, mientras lee "Me llamo rojo" de Pamuk. Qué tal la novela, le digo y el me dice que divertida, sobre todo cuando los enamorados se tienen que casar, y agrega luego de un rato, sobre todo porque tienen que engañarle a la muerte. Ah, le respondo, algo confundido, mientras la luz de la mañana se esconde en otra parte de la habitación.
Es curioso este día en la playa, sobre todo por como está el ambiente en la casa de mi nuevo amigo. Él sigue con lo de siempre, anotando algo, escribiendo en su mente, mientras se pierde en un laberinto imaginario. El reloj suena, son las ocho; no como aquel reloj que la reina de Inglaterra le regalo a uno de los sultanes de la historia que estoy leyendo, me dice mi amigo. En esta historia, continua, se sabe que el reloj que la reina le regalo al sultán fue destruido por él mismo, por un sueño, por algo, pero en fin, yo le escucho, mientras las hojas de un libro se mueven y el piso rechina.
El mar a lo lejos parece susurrar, mientras un cuadro en la pared se mueve por la brisa que entra por la ventana, hace un poco de calor y voy a encender el ventilador. Es esto, dice mi amigo. Después, le escucho decir a media voz, por que se parecen tanto, pero también porque son tan distintas; mientras Orhan nos relata otra aventura.
Las historias se parecen mucho por que relatan los cambios, y no son las mismas, solo que el cambio se produce poco a poco, me dice mi amigo luego de estar un buen rato en silencio. Ahora creo que voy a leer a Pamuk, espero que Orhan me cuente algo de su familia, pienso y entre tanto la luz de la habitación cambia, la brisa y aquellas nubes, el otoño o el verano y un huracán que se acerca, la melodía de Ravel que una amiga en Portugal escucha y el poema de un amigo de Argentina, los recuerdos, la rosa roja, me llamo Rojo, todo se encuentra en otro lugar, mientras en la playa el azul del cielo se saluda con la ciudad de Barranco, parafraseando a Martín, un poeta peruano de hace mucho tiempo, de hace un momento, de una conversación, es curioso que mi amigo también se llame Martín, aunque yo no soy ni Orhan, ni Martín, les escucho un momento, sin decir mi nombre, sin hablar, solo en silencio, hasta que la brisa llega y yo también les cuento algo, de como llegue aquí, de la luz de mi casa, de como es el mundo en las montañas, y de que siempre quise estar en la playa.
Me escuchan mientras se alistan para conversar de otras cosas. El viento entra otra vez y de pronto yo me levanto y mi amigo también, vamos a tomar un refresco y luego ya veremos, dice, esta bien, le digo, sin saber porque. Salimos de la sala y atravesamos un pequeño jardín lleno de arena y de algo de pasto.
La ventana sigue abierta y él me mira, parece que le recuerdo a su hermano, y él lo siente, te pareces, dice. Caminamos a la cocina y al entrar en ella, sentimos la voz de Luciana, de ella, de la amiga silenciosa de la casa y que lo cocina todo tan rico, es un poco mayor y con su voz estruendosa nos dice. Ya era la hora que dejen de estar ahí encerrados, vayan, vayan a pasear. Le hacemos caso, pero luego de tomar un poco de refresco, de salir de nuestro ensueño y de la casa.
La playa es inmensa, pero empezamos a pasear por una quebrada, que extraño no, por un lugar recóndito. Ahora observamos de lejos la casa y empezamos a correr en busca de sus amigas, de unas muchachas que viven en una lugar cercano, esperando encontrarlas, sobre todo antes del atardecer, antes de que ellas se vayan de su casa para pasear en la noche, junto a otra forma de la playa y de la gente, así que por ahí vamos.