Muy cerca de ellos se movía un perezoso, con unos movimientos aparentemente lentos, pero había que ver como pasaba de una liana a un árbol. En su subida los otros animales lo observaban y parecían, por un momento, ser contagiados por los movimientos de aquel viajante tranquilo. Ellos también eran arrastrados por un encanto que era difícil aclarar de donde venia, aunque tal vez fuera de lo profundo de la selva, como si del llamado del cuerpo de una bella mujer antes de encontrarse con el cuerpo y los sueños de la persona que ama.
El río aún bramaba, mientras una luz se veía en el claro de agua. Las ramas de los árboles de pronto empezaron a rechistar, como si fueran personas prontas a hablar de alguna historia. Se oía una especie de crepitación. Quique fue el primero en observar a la culebra. A primera vista le pareció que un grupo de hormigas se estaban moviendo, pero al ver con más atención se dio con la sorpresa de encontrar a una anaconda gigantesca.
En una de las copas de los árboles un Coto hacía un estruendo con su voz, mientras al otro los loros con sus cantos le hacían frente. El claro de agua de pronto se tranquilizo en sus movimientos, el viento ya no le hacia dar esas pequeñas olas que son como peces en busca de otra cocha. De inmediato se escucho un rugido, un jaguar se estaba acercando. Quique le hizo notar esto a Wayo, sólo que antes de que ambos pudieran decir algo más ya estaban saltando a otro árbol. La anaconda los seguía y el jaguar se acercaba, aunque la anaconda no los asustaba mucho el jaguar si lo hacía. Unos moscos se les cruzaron en el camino, como una maraña más de la selva, y con la velocidad incluso podían confundir a los moscos con hojas. Luego de un momento, al sentirse a salvo, notaron a lo lejos que la selva les sonreía de una forma curiosa, mientras corrían, más despacio, para escapar de la culebra.
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