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miércoles, 30 de enero de 2008

Moradas y visiones del amor entero [lima, 1942]
Jorge Eduardo Eielson



Quedó la muerte aniquilada
y convertida en victoria.
Marcos, vi, 3



¡Oh Amor, pasto invisible
De mi corazón, qué lejos
A tus calladas posadas con hambre
De amanecer me llego,
Primera faz del gozo,
Consuelo abierto
Entre dormidos pétalos,
Qué blanco tu martirio,
Tu eternidad —tu edad—
Tus últimos ojos abiertos
De quien te asila esplendor!
Señor en un níveo rosal transfigurado
De ti quedan las rosas,
El blanco de los días que te exclama.

¿En qué nuevos hilos tu luz
Descenderá, y rodeándote
El interior de la tierra
A adorarte acudirá?
Ved esta sombra esperanzada,
Estos brazos levantados
Y el afanoso vivir que los sepulta:
¡Oh amargura de existir,
De soñar tan sólo acostumbrado!
¡El incendio —estoy en llamas puras—
De tu imagen en mi pensamiento!
Nada aqueja ya tu cielo
Tu reinado las tardes esparcen.
¡El sol de tus brazos abiertos!
Y espuma blanca es tu perfil
Entre las rocas.
Mas quién pudiera una noche
Robarse tu muerte divina
Hablarte cuando todos callan
Rodearte ¡oh mortal maravilla!
En polvo, cuando todos hablan.
Y cual los escombros que aguardan caer
Desde sus sombras inertes,
Dejados por su curso de astro plebe,
Hacer de ti un castillo inútil
Habitado por un pensamiento.

Nocturnamente el corazón
De tus labriegos brilla, Señor;
Y cuando llueve, intactas aguas;
Cuando hablas, queda luz
De voces en el aire desvelado:
Escuchan lo que callas,
La música mejor, lo transparente,
El paso de los días de alegría,
La dicha enmudecida por los años,
El sordo, atroz redoble
De tus maderos cruzados
Ante tus brazos abiertos.
Entonces, cuando nos dejes,
No habrá remedio en la luz ni en el aire
Pequeño de nuestro respiro,
Ni en las grandes cenizas,
Ni en la falta de dolor.
(Pero cuando tus manos
De las mías sabias y tus pies
De mis pasos se cansen,
Cuando solo, cenital, desordenado,
El mineral de mis gestos ceda,
Qué suave y seguro tu regreso,
Tu rostro de perla sobre el mío,
Pañuelo pálido y divino).

Te ven mis ojos, Señor,
Te ven mis manos y mis pies,
A cada instante mío, mis actos
De nieve son, chispazos de oro puro,
Pues en mí ya estás, todo en llamas,
En las casas hundidas de sol
Repartido a tus pastores
A los sagrados bosques donde habita
Tu antigua, azul paciencia.
Quién como tú pudiera, lejos
Desde su quieto retiro
Desde su morada de astros
A los oscuros corazones acercarse,
Convidar sus faenas al destello. ¡Oh reposo,
De tantas horas y de nunca,
Los azules auxilios perdidos
Cual la espuma en el océano,
La quietud del misterio paralelo
A tus dos brazos!

¡Oh Padre
De las hortalizas y las nubes,
Consejero de reyes y mendigos,
Se te encuentra a colmo, dormido, despierto,
Hundido en telarañas, amado
Extensamente hasta el residuo,
Hasta el amago celeste de los huesos!
Santo abrigo para mí,
Perdóname si traspasado,
Anegado de anhelos me hundo
En la alba nada, si me ahogo
En solitarios fuegos míos,
En la voluntad que yace
En lo profundo de cada acto
Desmembrada. Que ya todo lo oculta
El velo de tu sangre,
La esencia perenne de tu ausencia.
¡Oh viento mío, que en el follaje
Te agitas, cual infinito pecho,
En flores, en pasos, en polvo y sonido:
Tus libertades son gracias,
Leña maravillosa, leña azul que arde
En iris de luz profunda!
¡La luz que rige el cielo en auge,
Con su semblante de oro,
Con su seguro, atroz metal!

En la noche,
Señor de los ciervos escondidos,
Corazón sin paso entre esplendores,
Quien olvidado en sus instantes
Sus pastorales horas mata
Sólo en su calma
Indestructible soledad
Su vida ha de entregar
Su vida —sombra buena—
De tu brillante espejo armada.
En la noche, Señor,
Más acá de lo que dura y del amor
Librado a tu servicio,
En las algas rendidas y los peces,
En la delgada greda inculta,
O el sabio pasado durmiente,
Rutilando en miserable tornasol,
En tierna guerra caigo. Y aún a veces
Cuando hasta el bien desciende
En menesteres de lanza,
¿En qué búsqueda tenaz, terrestre,
Corazón perdido en rayos
De luz celeste, en crudo río
De culpas me aventuro y muero?
¿Por qué, Señor, tan solo,
Blanco amor y autor de mi sombra,
Náufrago natural me dejas
Entre islas de sombras y fuego?
¿O acaso, cual cantar en silencio urdido,
Cual la ligera araña o el gozo,
Secretamente, desde tus cielos,
Tocado de humilde apariencia
Bajas para siempre hasta mi amor,
Hasta mi luz, divino inanimado,
En otra luz?



J.E.E. Moradas y visiones del amor eterno

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